Debe existir una adecuada proporción entre las calorías que ingerimos y la energía que gastamos a lo largo del día para que podamos mantener un peso adecuado. Por eso, siempre los especialistas abordamos el tratamiento de la obesidad en las dos vertientes: reduciendo las calorías y aumentando el ejercicio.
Que la obesidad haya aumentado en nuestra población infantil y juvenil se ha atribuido a los cambios recientes en los hábitos de alimentación y estilo de vida. El acceso a snacks hipercalóricos y a pasatiempos sedentarios, como los juegos de ordenador, contribuyen a ese aumento del sobrepeso. La prevención ha puesto el acento en intentar eliminar alimentos concretos, como la bollería o los zumos, sustituir las máquinas expendedoras de snacks en los colegios, recomendar alimentos saludables en la media mañana, o que los fabricantes muestre información detallada sobre la composición de sus productos. Estas y otras medidas han empezado a surtir efecto, y las familias son ahora más conscientes del riesgo de sobrepeso y de sus consecuencias.
La duración y calidad del sueño nocturno influye también en la aparición de obesidad. Los niños y adolescentes que duermen menos horas tienen casi el doble de riesgo de sobrepeso que los que duermen 8-10 horas diarias. Este fenómeno se ha observado en diferentes continentes y poblaciones, no solo en los países occidentales. ¿Cuál sería la causa de esta asociación entre duración (y calidad) del sueño y la ganancia de peso? Podríamos pensar que los niños que duermen más horas quemarían menos energía que los que se mantienen despiertos. Pero ese tiempo de vigilia adicional no se emplea por lo general en la actividad física, sino más bien en pasatiempos sedentarios, como la televisión o los videojuegos. Se sabe que cuando estamos delante de una pantalla, aumentan significativamente las cantidades de alimento que tomamos, y que elegimos aquellos más ricos en carbohidratos y calorías. De alguna manera, las señales de saciedad internas son silenciadas al centrar nuestra atención en la pantalla.
Nuestro apetito se regula también mediante ciertas hormonas, como la leptina producida en las células grasas, que lo frena, o la ghrelina, segregada en el estómago, que lo aumenta. Ambas hormonas están alteradas en las personas que duermen menos horas, contribuyendo a un aumento del apetito. La privación de sueño afecta también a hormonas cruciales del metabolismo como la insulina o el cortisol. Por último, la melatonina, que se segrega principalmente durante el sueño, actúa sobre el tejido adiposo marrón aumentando la producción de calor y disipando energía.
El propio cansancio acumulado por la falta de sueño puede hacer que busquemos alimentos que nos ayuden a combatir la fatiga, especialmente carbohidratos.
El círculo se cierra cuando el sobrepeso acaba produciendo dificultad respiratoria nocturna, sobreviniendo pausas de apnea que interrumpen repetidamente el sueño. Estas interrupciones del sueño nocturno debidas a apneas por obstrucción de las vías respiratorias tienen serias consecuencias para la salud, pues no solo provocan somnolencia diurna y disminuyen el grado de alerta, sino que se asocian a largo plazo con la enfermedad cardiovascular.
Al evaluar al niño o adolescente con sobrepeso hay que preguntarle acerca de la calidad y duración del sueño, y establecer las medidas oportunas para asegurar las 8 o 10 horas de descanso que necesita diariamente. Estas medidas pasan por evitar sustancias estimulantes como café, té y cacao, y sobre todo, por respetar unas normas en horarios y eliminar en las últimas horas del día el uso de pantallas. Quedarse dormido delante del televisor, tan habitual entre los adultos, no es conveniente para los niños y jóvenes. Menos recomendable aún son los juegos de ordenador o el teléfono móvil, que los mantiene despiertos, a veces, hasta la madrugada.
No hay que olvidar que el exceso de deberes obliga a algunos escolares a acostarse muy tarde para terminarlos. Se debería buscar la colaboración de los profesores para simplificarlos.
En los pacientes con sobrepeso, incorporar una hora de ejercicio por la tarde, no solo ayudará a quemar calorías, sino que va a favorecer el sueño nocturno. Quizá el paciente, al principio muestre poco interés en hacer deporte, porque ya acusa la fatiga ocasionada por no haber dormido lo suficiente, pero gradualmente irá recuperando su energía. Y probablemente mejore también su rendimiento escolar durante el proceso.
Dr. José Manuel Rial Rodríguez.
Endocrinólogo Pediátrico de Hospiten Rambla.