Las Palmas, 9 de octubre de 2025. – En el marco del Día Mundial de la Salud Mental, que se celebra el 10 de octubre, desde Hospiten se abre un espacio de reflexión sobre un hábito que muchas veces pasa desapercibido, pero que puede afectar de manera significativa a nuestro bienestar emocional: la procrastinación.
Procrastinar es el acto de posponer o aplazar deliberadamente tareas o asuntos importantes, a pesar de tener constancia de que esto puede generar consecuencias negativas. Es decir, “procrastinar proviene de no saber lidiar con la incomodidad que sentimos al momento de hacer algo”, sostiene Silvia Morales, psicóloga del área infanto-juvenil y adulto del hospital Hospiten Roca.
Esta incomodidad puede verse incentivada por diversos motivos. Se trata de una compleja interacción de factores emocionales y psicológicos que conducen a la evasión. Según Morales: “Muchas veces es miedo al fracaso, ansiedad, depresión, baja motivación, falta de ilusión, baja autoestima, perfeccionismo... Procrastinar no es solo flojera o pereza”.
Esta postergación de tareas es una respuesta del cerebro. “Nuestro cerebro está evitando el malestar. Es decir, está activando nuestro sistema de recompensas inmediatas. Las mini recompensas que ganamos viendo redes sociales, vídeos o comiendo dulces son premios inmediatos que provocan que nuestro cerebro evite aquellas cosas por las que tenemos más pereza o nos cuestan más realizar. Esta respuesta tiene una explicación científica. La amígdala que se encarga del control del miedo y de la ansiedad se sobre activa cuando se percibe que algo es una amenaza. Paralelamente, la corteza prefrontal, encargada de controlar los impulsos, comienza a desactivarse. Entonces, el cerebro conduce a hacer lo fácil y placentero”, detalla la psicóloga.
Según la profesional de Hospiten Roca, “procrastinar no es una mala gestión del tiempo, sino una mala gestión emocional”. Para reducir esta mala gestión emocional, es recomendable dividir las tareas, por ejemplo, en pequeños pasos, establecer plazos en las tareas, eliminar distracciones como redes sociales, comenzar las tareas a pesar de no tener ganas o cambiar de ambiente, manteniendo este organizado y sin objetos que puedan servir de distracción.
De igual modo, la psicóloga recomienda dejar de creer en esos pensamientos limitantes que nos envía el cerebro: “no sirves para eso, eres incapaz o no tienes fuerza de voluntad” y empezar a hablarse desde el cariño, así como encontrar el propósito o sentido de la vida. “Tenemos que hacer aquello que resulta fácil hacer, aquello que cuando lo hacemos se nos pasa el tiempo volando. Esto es lo que nos ilusiona, lo que se nos da bien, algo que es innato. En definitiva, aquello para lo que hemos nacido, aquello que haciéndolo nos hace sentir felices”.
Por lo tanto, la psicóloga aconseja buscar dentro de uno mismo para detectar el propósito, encontrando así la motivación y la ilusión y cumpliendo con una de las necesidades básicas del ser humano: la necesidad de autorrealización. “No podemos esperar a tener ganas para hacer algo porque el cerebro no funciona así. El sobreesfuerzo o la obligación son el primer paso. Así se adquiere el hábito que es lo que te permite continuar. Después del esfuerzo o del sobresfuerzo, sobreviene la ilusión y la motivación. Por lo tanto, esto es necesario para no dejar abierta la puerta de la inoperancia, de la apatía o de la desgana. En definitiva, de la procrastinación”, concluye.